29.10.10

P. BERNARDO GARCÍA PINTADO, QUE EN SU ETAPA DE COLEGIAL EN SAMOS VIVIÓ MUY DE CERCA EL INCENDIO DEL MONASTERIO EN 1951


Así lo recoge el P. Maximino Arias en su "Historia del Monasterio de San Julián de Samos":
El 24 de septiembre de 1951 acababan los monjes de salir de la misa conventual, y estaba cada uno ocupado en sus respectivas obediencias. Sobre la once de la mañana, por causas imprevistas, se produjo la inflamación y la consiguiente explosión de un bidón de alcohol, lo que provocó el gran incendio que dejó al monasterio casi por entero reducido a cenizas.
(...)
Mas a pesar de tantas y tantas pérdidas, lo más de lamentar fue la muerte del colegial Daniel Fernández, de 14 años, natural de Xinzo de Limia, el cual con otro compañero, Recaredo García, acompañaba al P. Benito en el momento de la explosión. Por más esfuerzos que se hicieron por rescatarle de las llamas, no fue posible, pues se hallaba aprisionado por unos maderos ardiendo, que habían caído del techo.
El P. Benito quedó tendido en el suelo, inconsciente. Pudo salvarse, gracias al joven Recaredo que con riesgo de su vida lo sacó del fuego arrastrándolo unos metros...
Fue un 24 de septiembre, día de la Merced, del año 1951, cuando las llamas asolaron el monasterio benedictino de Samos. El fuego comenzó en la licorería, donde en ese momento se encontraban tres personas, de las cuales sólo sobrevive una. Bernardo-Recaredo García Pintado -actualmente monje en Santo Domingo de Silos (Burgos)- es el único testigo directo del trágico suceso, cuyo recuerdo le acompaña desde entonces.
Nacido en la Ribera del Órbigo (provincia de León) en el año 1934, García Pintado llegó de niño a Samos destinado ya para ir al monasterio de San Benito de Buenos Aires. De familia humilde, el sueldo que ganó su hermano mayor como albañil le permitió comprar «las tres mudas y el colchón» necesarios para ingresar en el cenobio y cumplir con una vocación de fraile surgida nada más tener «conciencia» de su ser.
La vida en Samos le depararía gratas experiencias y «recuerdos muy bonitos»: los juegos en el patio del Padre Feijoo, los trabajos en la finca de la comunidad en Viladetrés o los estudios de música, disciplina en la que destacó.
Pero el destino le reservaba también una amarga experiencia, que todavía hoy, casi sesenta años después, tiene muy presente.
Aquel 24 de septiembre, el joven alumno -tenía unos 16 años- se encontraba en la destilería fruto de una casualidad. Según recuerda, «nunca iba a la licorería», un lugar que frecuentaban sólo los niños más pequeños, cuya habilidad era mayor para etiquetar y poner los corchos a las botellas del afamado licor Pax, que se fabricaba en exclusiva en la abadía.
Un pantalón nuevo
Sin embargo, aquel día fue distinto. Sus padres se habían desplazado hasta Samos para llevarle una tela con la que hacer un pantalón y Bernardo Recaredo dejó de acudir a la finca de Viladetrés para «tomar la medida» y confeccionar la prenda.
«A las 11.25 horas salió el padre Benito y nos llamó a Daniel -otro niño de Xinzo de Limia- y a mí para que fuésemos con él a la licorería. Me entregó un tubo de vidrio que había que poner en un depósito vacío. No sé lo que pasó, pero hubo una explosión», narra. Las hipótesis apuntan a que el monje mayor encendió una cerilla para poder ver mejor, pero Bernardo-Recaredo no puede corroborar este extremo porque no llegó a verlo.
Hombre de memoria prodigiosa, recuerda cómo en el momento de la deflagración alguien tocaba el piano en el piso superior, en una triste sinfonía para el baile de llamas que se anunciaba.
Después, todo sucedió con mucha rapidez. «Yo aparecí sin chaqueta, con los pantalones salpicados de alcohol incendiado y con quemaduras en el brazo derecho y la parte derecha de la cara», rememora. La furia de la explosión fue tal que le arrojó hacia la puerta, mientras el niño Daniel salía desplazado hacia el lado del río y el padre Benito, hacia la mitad de la sala. «Han pasado más de cincuenta años pero tengo un trauma de eso. Veo al chico Daniel incendiado, que se levantaba y caía. Quedó totalmente calcinado. Su imagen quemándose la llevo conmigo toda la vida», confiesa.
Conducta «ejemplar»
Las crónicas de la época destacan su heroica reacción ante la tragedia. «Ejemplar conducta de un alumno» titulaba El Progreso en su edición del 25 de septiembre de 1951. «Lejos de ponerse a salvo, Recaredo se metió en las llamas para rescatar al padre Benito, que permanecía tendido y con los hábitos presa del fuego. Con gran trabajo y sufriendo graves quemaduras en las manos y en el rostro, Recaredo consiguió ponerlo fuera de peligro. Sin dar tiempo a que las gentes que en aquel momento llegaban a auxiliarles le detuviesen, volvió a cruzar las llamas en un intento heroico de salvar a su compañero de estudios Daniel Fernández, no pudiendo conseguirlo porque éste se encontraba aprisionado bajo unos maderos ardiendo», contaba el periódico.
Bernardo-Recaredo fue calificado como «héroe de la caridad», pero él reniega de medallas y asegura que su intervención para intentar salvar la vida de las otras dos personas que allí se encontraban, aun a riesgo de la suya propia, fue sólo «un acto reflejo».
Su actuación puso a salvo de las llamas al padre Benito, que cometió el error «de meterse en el agua». Según el parte médico facilitado entonces por el doctor Valcárcel a la prensa, sufrió quemaduras de segundo grado en ambas manos, el ojo izquierdo, las piernas y el abdomen. Contaba entonces 68 años, pero pudo recuperarse de las heridas sufridas y tener una vida longeva, que acabó el 12 de abril de 1975 a los 92 años.
Sin embargo, nada se pudo hacer por salvar al joven Daniel Fernández, de 14 años de edad, que pereció a causa del siniestro, una pérdida que todavía hoy lamenta el monje de Silos. En su caso sufrió -según el parte médico- quemaduras de tercer grado en ambas manos, cabeza, piernas y tórax, y una marca física que llevará para siempre: la pérdida del oído derecho a causa del incendio.
Trayectoria
Tras un período de dos años en Samos, Bernardo-Recaredo García Pintado continuó su formación en otros monasterios. En el año 1956 llegó a Buenos Aires, donde cursó estudios superiores de Filosofía y Teología e impartió clases en la Universidad Católica y el Instituto Superior de Cultura Religiosa.
Bautizado como Recaredo, fue en esta ciudad donde adoptó el nombre de Bernardo, con lo que eliminó de raíz las frecuentes confusiones con ‘Recadero’. «Me harté de hacer recados», bromea el religioso, quien eligió este nombre en honor a San Bernardo de Claraval, «gran místico, poeta, asceta, director de almas y gran monje» autor de la frase «la medida del amor es amar sin medida», toda una declaración que inspira y rige la conducta de García Pintado.
Tras 27 años en Argentina, regresó a España en 1984, fecha desde la cual reside en el monasterio burgalés de Santo Domingo de Silos donde, además de la labor religiosa, destaca por su trabajo a favor de la cultura. Fue uno de los fundadores de la revista ‘Glosas Silenses’, impartió clases de música a jóvenes postulantes y novicios, y ejerce como organista acompañando al canto gregoriano.
A las teclas de este instrumento también se pudo ver hace unos días en Samos, poniendo melodía a su reciente visita. Después del incendio volvió en una ocasión en 1964 y, este mismo mes de octubre, más de 40 años después, quiso reencontrarse por segunda vez con este escenario en una especie de «catarsis» personal, señala el monje.
La experiencia del regreso a Samos también le reportó a este hombre afable e inquieto -formado en Psicología- la «alegría de volver a ver» ya desde la madurez a personas que conoció en la lejana infancia.
Recuerdos: «Si quiere le canto una muiñeira»
Tras el incendio, el niño García Pintado fue trasladado a la casa del médico de Samos para recibir asistencia sanitaria. Allí le vendaron la cara y las manos y, en esa tesitura, se encontró con su madre.
En el momento de declararse el fuego sus progenitores estaban en la estación de tren de Sarria, dispuestos a emprender viaje de regreso a León. Los planes se trastocaron al escuchar por los altavoces que el monasterio estaba en llamas, un fuego que destruyó casi por completo el cenobio, incluida la biblioteca y numerosos bienes y documentos.
Desmayo
En su regreso apresurado a Samos y, al encontrarse con su hijo herido, la madre sufrió un desmayo. El joven, pese a la gravedad de sus lesiones y su corta edad, intentó animarla a toda costa y evitarle preocupaciones. «Estoy bien. Si quiere le canto una muiñeira», le espetó.
Aquella frase dará título a un relato sobre el incendio que Bernardo-Recaredo incluirá en su próximo libro, ‘Confesiones de un monje’.
Perfil: Monje, poeta y músico
La música y la poesía son dos de las pasiones de este monje de Silos, quien con siete años ya tocó un pasodoble con un tambor y poco después destacó en Samos como alumno aventajado en solfeo.
Obras publicadas
Hasta la fecha, Bernardo-Recaredo García Pintado tiene publicados tres poemarios: ‘Canto silente’, ‘Máteme tu hermosura’ y ‘El río del misterio’, este último acompañado de un CD con composiciones musicales propias.
Cronista
A su labor como organista para el canto gregoriano en Silos se une la faceta de cronista del monasterio burgalés, donde trabaja también en la biblioteca.
Orientador
Gran conversador y recitador, y experto en explorar la psicología humana, los fines de semana atiende, además, a personas que acuden a la abadía en busca de su consejo y orientación espiritual.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Un ejemplo de persona.