14.4.10

HOMENAJE PÓSTUMO AL PADRE MAXIMINO ARIAS CUENLLAS, MONJE BENEDICTINO DEL MONASTERIO DE SAMOS

La idea de este humilde homenaje, desde el blog Memoria de Samos, a quien ha sido nuestro querido y admirado profesor y amigo en el Monasterio de Samos, el Padre Maximino Arias, surgió espontáneamente después de releer su trabajada Historia del Monasterio de San Julián de Samos. En la presentación del libro figura la página que recojo en la imagen de arriba, donde el canónigo archivero de Astorga, D. Augusto Quintana Prieto hace una semblanza del P. Maximino. Fue esta página, y no otra, la que motivó la iniciativa que ahora se hace realidad en esta extensa entrada. Sería deseable que la extensión del texto fuese pareja a vuestra satisfacción al leerlo. Igualmente, opino que vuestras aportaciones, sentidas y sinceras, son un digno tributo al Padre Maximino, quien sin duda estaría muy orgulloso de leeros.
Alguien me sugirió la idea de un acto-homenaje en el Monasterio de Samos, allá por el mes de noviembre, cuando se cumple el primer centenario del nacimiento de nuestro querido Padre Maximino. Podeis dejar aquí vuestra opinión al respecto o bien en el correo electrónico.


EL PADRE MAXIMINO ARIAS CUENLLAS, HIJO DE SAMOS.
RÁFAGAS DE RECUERDOS


Agustín Antonio HEVIA BALLINA
Archivo Histórico Diocesano de Oviedo.
Palacio Arzobispal. Corrada del Obispo, 1. 33003 OVIEDO.
Tno.: 985 20 97 20. FAX: 985 21 64 48. C. Electr.: archivo @ iglesiadeasturias. org
Cuando Fidel Torreiro Sarandeses me dirigió la petición de escribir una reflexión sobre la figura del Padre Maximino Arias Cuenllas, Bibliotecario y Archivero que fue del Monasterio de San Julián y Santa Basilisa de Samos (Lugo), me quedé casi paralizado por la sorpresa, pues era una petición insólita para mí en quien se daba la grata coincidencia de conservar vívidos recuerdos de tan estimada persona y de ofrecérseme la posibilidad, siempre estimable, de hacer evocación de un amigo, que lo había sido muy apreciado y con el que me sentí unido en comunidad de sentimientos y dedicaciones afines que me resultaba grato rememorar, tanto en las tareas de la investigación de la Historia de la Iglesia, como, sobre todo, en las referidas a Archivos y Bibliotecas.

Eché mano entonces del doble fichero que me iba a ser posible manejar. El primero, el material, en que voy dejando constancia en sencilla ficha, con metodicidad de Archivero, de aquellos amigos que se han ido cruzando en mi vida y con los que, en ocasiones pierdes contacto o ya se han separado de nosotros en el presente, considerándolos cercanos y entrañables aún, con la certeza de que ante Dios Padre, seguirán beneficiándonos con su plegaria e intercesión. El segundo, el de la memoria personal, que, a veces se va quedando un tanto borrosa y otras veces te conserva nítido y claramente perceptible aún el recuerdo de correspondencia y de cartas, de conversaciones y de intercambios, de pareceres y opiniones aunque fueran dispares.

Mis relaciones epistolares con el Padre Maximino fueron frecuentes hasta su fallecimiento, a través de la Asociación de Archiveros de la Iglesia en España, de cuya Tesorería me hice cargo desde el año 1985, en el Congreso que la Asociación celebró en Alcobendas. El Padre Maximino, desde la fundación de nuestra Asociación de Archiveros de la Iglesia en España fue miembro de ella, hasta su muerte.

De mis ficheros , extraigo algunos datos, que me complace testimoniar: Nació Maximino Arias Cuenllas en la Parroquia de San Román de los Caballeros, Provincia de León y Diócesis de Astorga, el 22 de Noviembre de 1910, efémeride que ha llevado a sus discípulos y dirigidos espiritualmente a celebrar el primer Centenario de su nacimiento, como un medio de expresar el cariñoso recuerdo que hacia el Padre Maximino conservan, cuya huella ha quedado hondamente marcada en sus espíritus.

Como hito importante en su vida ha de destacarse su vocación a la Carrera Eclesiástica, que le llevó a la profesión monástica en el monasterio benedictino samonense, en donde fructificaría plenamente su entrega orientada exclusivamente al servicio de Cristo y de los demás, en la práctica de los tres votos de castidad, pobreza y obediencia.
Recibió las Sagradas Órdenes de Presbítero de manos de Monseñor Don Rafael Balanzá y Navarro el 23 de Diciembre de 1933, siendo ya profeso e hijo del Monasterio Benedictino de San Julián de Samos.

Fue nombrado Bibliotecario monástico en el mismo año de 1933, cargo a que se añadió, a partir de 1960, el de Archivero. Fue Profesor de Latín y Humanidades en el Colegio Claustral de la Abadía de Samos entre 1935 y 1968.

El Padre Maximino Arias estuvo dotado de una erudición extraordinaria que comunicaba a sus discípulos, con insuperables dotes de maestro y de la que quedó constancia en varias de sus colaboraciones de temas monásticos.

Me es grato recordar su primer artículo, al menos en lo que yo conozco, en la Revista Studia Monastica, sobre “Monasterios Benedictinos de Galicia” (1966).

En la Revista Archivos Leoneses fueron publicados varios de sus artículos: sobre “Un Abadologio inédito del Monasterio de Samos” (1968), “El monasterio de Samos en la época de la Exclaustración (1835-1880), publicado en 1976; “El Monasterio de Samos desde sus orígenes hasta el siglo XI” (1981); “El Monasterio de Samos durante los siglos XI y XII (1983), y “El Monasterio de Samos desde el año 1200 hasta el de 1490” (1985).

En España Eremítica , de Pamplona publicó “La vida eremítica en Galicia” (1970).
Y en Paleografía Archivística, de Santiago de Compostela, se publicó su Informe sobre el Archivo del Monasterio de Samos”, aportación a las I Jornadas de Metodología aplicada a las ciencias históricas, (1977).

Fue colaborador del Diccionario de Historia Eclesiástica, con reseñas de 42 monasterios benedictinos gallegos. En la Gran Enciclopedia Rialp (1974) publicó la entrada correspondiente a “Monasterio de Samos”.

Conocí en persona al Padre Maximino Arias durante la XVI Semana de Estudios Monásticos tenida en el Monasterio de Samos en 1976, al celebrarse el tercer Centenario de la muerte del Padre Fray Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro, en la que recuerdo mi Ponencia sobre “El Padre Feijoo, desde su Biblioteca: Sus aficiones histórico-geográficas “.

En aquellas jornadas tuve la ocasión de tratar con el Padre Maximino, dejando reflejado en el breve bosquejo que sigue la figura que conservo en mi recuerdo: ”un personaje vivaracho, de pequeña estatura y complexión delicada, chupado de cara, marcado por la penitencia y la frugalidad ascéticas y monacales, de mirada viva y penetrante, con su hábito raído, por el paso de los años, ceñido por la correa propia de los monjes benedictinos. Dejaba traslucir una profunda humildad, siendo notable la devoción con que celebraba la Santa Misa. Era extraordinariamente locuaz, una vez vencida su timidez inicial. Afable en su trato. Cumplidor de la disciplina monástica., con ansias de aumentar cada día en la perfección de su vida consagrada. Servidor asiduo de la Biblioteca y del Archivo del Monasterio samonense. Servicial en grado sumo de cuantos acudían a él con cualquier oportunidad. Su afabilidad y su delicadeza de trato eran, a lo que me fue dado conocer, proverbiales en el Monasterio samonense. Guardaba siempre un afecto cariñoso y lo expresaba con extraordinaria afabilidad hacia el que había sido su Abad Mitrado, el Rvdmo. Padre Mauro GómezPereira”.

Así me complace resumir en mis impresiones la figura del Padre Maximino. Otros, sin duda, entre sus discípulos y dirigidos, aportarán de sus recuerdos otras facetas y perspectivas, que dejarán perfilada la figura del Padre Maximino Arias, OSB.

En un artículo, que publiqué en la Revista Studium Ovetense del Seminario Metropolitano de Oviedo (1976) titulado “Hacia una reconstrucción de la Librería Particular del P. Feijoo”, haciendo mención al voraz incendio que en la noche de 24 de septiembre de 1951 destruyó buena parte del Monasterio de Samos, en que quedó calcinada la Biblioteca del Padre Feijoo, me encuentro con este párrafo, en que hago alusión al Padre Maximino Arias: “Hoy la labor callada de los monjes de Samos y, en particular, de su Bibliotecario, el P. Maximino Arias, hombre de vasta erudición y acendrada humildad, intenta, con paciencia benedictina, como si el tiempo allí no corriese, recrear un ambiente feijoniano entre las cuatro paredes de lo que fue celda del Venerable Padre Maestro” .

Efectivamente una de las preocupaciones del Padre Maximino había sido la recuperación y recreación de la Biblioteca del Padre Feijoo, destruida entre las llamas del luctuoso incendio aludido arriba, con el fin de que constituyera una especie de Museo feijoniano, integrado en la celda del ilustre Padre Maestro Fray Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro, hijo seguramente el más ilustre del Monasterio samonense y que pasó la mayor parte de su vida en el Monasterio Benedictino de San Vicente de Oviedo.

Los afanes del Padre Maximino se vieron colmados con la entrega de la Biblioteca feijoniana, que se conservaba en la Biblioteca de la Diputación Provincial lucense, a donde había sido trasladada en los días tristes de la Desamortización de Mendizábal, confiándola en depósito a los monjes de Samos, según Acta firmada por el Padre Plácido Elías Alvarez, OSB, en fecha cuatro de Octubre de 1941. El Padre Maximino recordaba en su conversación sus esfuerzos y los de los monjes para sobreponerse a las llamas aquella noche de la más triste recordación, aflorándole aún las lágrimas a los ojos, al rememorar la irrecuperabilidad de los preciados libros del Padre Maestro Feijoo.

Recuerdo de aquella estancia en el Monasterio de Samos, en una semana inolvidable, las notas que tomé en la reconstruida celda del Padre Feijoo, acompañado por el Padre Maximino, quien mostraba con orgullo un magnífico ejemplar, en seis volúmenes de gran formato del Diccionario de la Lengua Castellana, compuesto por la Real Academia Española, con la firma autógrafa del Padre Feijoo, ejemplar que había pertenecido a la Librería del Monasterio de San Vicente del Pino en Monforte. Aquellas notas que en su momento me sirvieron para el artículo aludido en la Revista de Studium Ovetense sobre la “Reconstrucción de la Librería Particular del Padre Feijoo, que publiqué en la Revista Studium Ovetense (1976), así como sobre otras varias aportaciones que he publicado en diversas Revistas, que me agradaría poner a disposición de los participantes del “blog”, que planean sus discípulos, si así lo consideraran oportuno y que me han servido para tener una vez más un recuerdo agradecido para el Padre Maximino Arias.

Los recuerdos del Padre Maximino vuelven a aflorarme ahora con agradecimiento al que, entre sus muchas cualidades, le adornaba la de la servicialidad y de quien, en mis relaciones con su persona, guardo el más agradecido recuerdo, así como por la bondad de su trato afable y siempre enriquecedor para el espíritu.


(Artículo remitido por Fidel Torreiro Sarandeses, quien conoció hace años, por medio de una compañera de trabajo, a D. Agustín Antonio Hevia Ballina. El P. Maximino y Samos eran nexos que les unían. Cuando Fidel supo de esta iniciativa, solicitó de inmediato a D. Agustín esta inestimable colaboración, que agradecemos sinceramente).

MAXIMUS & MINIMUS

Siempre interpreté que MAXIMINO era el acrónimo de MAXIMUX & MINIMUS. Y el P. Maximino era el personaje que había sido concebido para representar esa aparente contradicción, ese espacio infinito que hay entre "alfa" y "omega", entre lo grande y lo pequeño, entre lo sublime y lo normal, entre la ortodoxia y la heterodoxia. El P. Maximino era pequeño de estatura, pero grande de corazón, era sencillo en sus propuestas y demandas, pero sublime en su altruismo y dedicación a los demás.

Yo era el más joven (el más pequeño en edad) de la clase. Y quizás por eso fue tan fácil el que sintiese hacia mí esa necesidad de protección. Y así cuando ejerció de tutor de nuestros estudios me concedió el privilegio de salvarme algunas veces de limpiar las paredes externas de la Iglesia y de adecentar los claustros a cambio de construir elementales frases de latin apoyándome en aquel diccionario que sólo estaba al alcance de los doctos monjes, y del que había un sólo ejemplar en la biblioteca y que se ofrecía como un facsímil en el que estaban recogidos todos los arcanos de la lengua de Virgilio y Horacio. Gracias a su magnificencia pude ufanarme de haber traducido al latín mi "opera prima" (CRIPTON)que conservo manuscrita y que sometí a su censura y corrección ("omnes enimvero vacua manu reverterunt")

Con él aprendí a deshacer aquellos nudos gordianos que rodeaban los cientos de paquetes de libros que enviaba el P. Bautista (entonces), P. Perfecto (ahora) desde Estados Unidos de América. Y también di los primeros pasos en encuadernación y mi afición al canto gregoriano, que me permitió compartir semana a semana con Manuel Regal el privilegio de dar las "entradas" a todos los cantos que se entonaban desde Maitines hasta Completas. Mas tarde era al primer monje que saludaba en mis periódicas visitas a la hospedería del Monasterio y también me proporcionaba todo el material bibliográfico para ejercitar mi hobby de aprendiz de escritor.

Colaboré con él en la obtención de datos en la Fundación Penzol de Vigo, dirigida en aquel entonces por el insigne escritor Francisco Fernández del Riego, que él necesitaba para sus investigaciones. Y en agradecimiento a aquella humilde labor, a la que él le daba tanta importancia, me regaló un ANTIFONARIO Y UN GRADUAL, que yo venía solicitando desde hace muchos lustros, y que él me proporcionó, previa solicitud , y me imagino un sinfín de cumplimentación de normas protocolarias, ante el P. Prior. Ese recuerdo permanente me incita a que, de vez en cuando, abra el GRADUAL en la pagina que contiene el INTROITUS de la Misa de Navidad y sorprenda a mis hijas con la entonación del PUER NATUS EST NOBIS.

Recuerdo su contagiosa risa silenciosa cuando Pepe Barros (mi primo) nos encerró a todos en una de las Aulas y éste (que se había tomado la mitad del contenido de media botella de licor café que nos había regalado el P. Elías)nos amenazaba con una escopeta de balines y que acabó incrustándole en su habito. Ni un reproche, ni una mala cara, y sin embargo estábamos ante uno de los monjes más rígidos, más austeros, y mas cumplidores de las normas comunitarias. Ese era el P. Maximino, el que ofrecía los "máximos" y los "mínimos", el que comprendía el espacio entre el "alfa" y "omega". Era el TODO, y era también la NADA, porque su figura estaba constituida para no ser nadie (porque quería ser "nadie") y para ser todo.

Querido P. Maximino, allí en dónde estés, recibe mi agradecimiento y mi cariño, porque supiste ofrecernos tus conocimientos, tu trabajo y tu esfuerzo para que cada uno seamos como ahora somos. Y eso tiene difícil traducción, aunque tú sigas intentando que lo digamos en latín.
Ricardo L. Martínez Barros


Yo estoy de acuerdo con D. Ricardo Martínez Barros, cuando dice que el P. Maximino, era el acrónimo entre “MAXIMUS & MINIMUS”, entre lo grande y lo pequeño. Lo de pequeño le queda muy bien, porque era pequeño de estatura, pero grande en sabiduría y bondad. Tenía una mirada serena y penetrante. Yo lo recuerdo mucho, aparte de como buen profesor de Latín, andando a un ritmo bastante ligero por los claustros del monasterio, siempre leyendo un libro. Parecía que llevaba unos sensores, nunca tropezaba.
Yo hice una guitarra, por cierto bastante lograda si consideramos las herramientas y los materiales que tenía a mi alcance en aquellos tiempos: un cuchillo, un martillo, un serrucho y un cepillo. Le estaba poniendo las cuerdas en el claustro del P. Feijoo y pasaba él, como siempre con un libro en la mano, se para y dice: “ ¡Oh, oh, oh! ¿Y cómo la vas a afinar?" Yo le contesté: “La mando a Sarria”. Sonriendo añadió: “Bueno, bueno”. Y siguió su camino, (iría pensando “este rapaz está tolo”).
Querido Padre Maximino: mi agradecimiento y cariño por tu sabiduría, tu trabajo y esfuerzo con lo cual hiciste que seamos un poco mejores. Gracias por el regalo, que día a día, minuto a minuto, recluido en tu celda, con ilusión y cariño has ido haciendo, capítulo a capítulo, nada más y nada menos, que el valiosísimo volumen HISTORIA DEL MONASTERIO DE SAN JULIÁN DE SAMOS. Fuiste el ejemplo y la referencia del ORA ET LABORA.

Celso Penedo Pérez.


A DIMINUTA PRESENZA DA GRANDEZA DUN HOME DE DEUS

Desde que chegara a Samos coma postulante no ano 60, chamárame a atención aquel monxe pequeniño que andaba sempre con absoluta discreción, nos xestos e nos ritmos. Pasaba sen pasar, centrado, concentrado sempre, agachado na pequenez das súas dimensións e mesmo nos lentes que desvelaban a súa miopía. Froito de non sei que trasnada infantil, ata lle faltaba a punta dun dedo índice, aquel que manexaba sabiamente no seu papel de director do pequeno grupo de cantores que el, tamén moi discretamente, animaba e dirixía.
O seu corpo era fráxil, enfermizo. Desde que cheguei a Samos, e sobre todo cando, coma os demais compañeiros, debía colaborar no servizo das mesas, souben daqueles oviños pasados por auga en baño María, que o padre Maximino había de tomar en todas as refeccións da noite para non castigar o seu delicado estómago.
Co paso do tempo fun tendo moita intimidade co P. Maximino. Era axudante do Mestre de Novicios, o P. Victoriano, cando ocasionalmente nos xuntamos algo así coma unha ducia de novicios no mosteiro. Cheguei a adiviñar os seus pasos miúdos polo corredor do noviciado (Tanta era a intensidade da convivencia que calquera de nós, polo xeito de andar, pola forma de abrir e de pechar unha porta, sabiamos perfectamente quen ía ou viña roldando a nosa soidade, ás veces custosamente vivida, ás veces non). Cheguei tamén a comprobar o fondo dominio que o P. Maximino tiña do canto gregoriano, que brotaba das súas cordas bucais debilitades coma un fiíño de espírito e de harmonía. Gozaba coa música, tiña un extraordinario sentido do ritmo, da sincronización, da afinación, da harmonía, que o levaba a gozar coa música clásica e a padecer coas desafinacións de calquera canto, tamén frecuentemente dos nosos.
Inicioume na arte da encadernación, razón pola cal compartín con el moitas horas de traballos pacientes e calados. Transmitiume aquel lema sagrado da constancia, da fidelidade e da persistencia, que eu xa recibira sen palabras na práctica diaria da vida aldeá: “nulla dies sine linea” (ningún día sen unha liña), que eu asimilei e convertín –parécemo—nunha constante vital do meu carácter e do meu traballo. En épocas de enfermidade, nas que eu non podía facer de corpo, alí aparecía o P. Maximino, que era tamén axudante do P. Fulxencio na xestión da froitería (aquela ampla e sempre ben nutrida froitería, no abastecemento da cal colaborabamos moitos recollendo froita nas épocas oportunas), coa súa esporta de esparto cheíña de froita algo picada, para que eu a aproveitase e, se cadra, curase con ela. E eu, ás veces, levado por un ascetismo idiota e indebido, queríame negar a recollela.
Foron anos intensos aqueles do Concilio e do postconcilio (1964-1974). Levantábanse aires de renovación e de cambio. Agradecinlle sempre ao P. Maximino que me facilitase o acceso a lecturas ( el era tamén o sabio bibliotecario que contribuíu poderosamente a dotar a biblioteca con excepcionais obras de prestixio e con libros máis miúdos sobre o día a día da Igrexa e do monacato), que axudaban a abrir a mente e posibilitaban unha espiritualidade monástica renovada; aquel “monacato simple”, do que tantas veces falabamos e para o que mutuamente nos animabamos cunha inocente atracción.
O P. Maximino foi o que espertou en min as miñas habilidades para a escritura, poñéndome nas mans o traballo sobre o románico en Galicia, para o que os monxes da abadía francesa de “La-pierre-qui-vire” buscaban en Samos algún colaborador. Eu tería daquela, non sei, uns 20 anos, e grazas ás súas valiosas informacións e indicacións, puiden contribuír, xuntamente con Manuel Chamoso Lamas e co P. Victoriano González, á elaboración daquel tomo que, dentro do románico universal, versaba sobre o románico galego, co título de “Galicia. La España románica”. Foi a miña primeira camiñada polo precioso mundo das letras escritas. Tivemos que viaxar, coñecer Galicia de punta a cabo, aprender eu a descubrir, valorar, describir o arte románico galego, e aqueles preciosos anacos da historia de Galicia que hai sempre detrás de calquera monumento. Canto me enriquecín con aquel traballo, canto máis empecei a quererlle a Galicia, a miña terra!, aínda que daquela non o sentía tanto, e daquelas longas viaxadas en coches vellos e por estradas moi deterioradas quedábame máis que nada o sabor amargo dos constantes mareos; disto saben moito o P. Albino, xa defunto, e o querido Pablo Hermida, que eran os condutores habituais.
De xeito miúdo correspondinlle a tanta beneficencia ao P. Maximino coas lecturas que me pedía facerlle dos capítulos da historia do mosteiro de Samos, que el estaba pacientemente preparando. Os seus problemas de vista impedíanlle dedicarse por si mesmo á lectura tanto como el quixera. Quedoume gravado para sempre aquela obsesión perfeccionista de ler e reler os textos escritos, non só para corrixir posibles erratas, datos ou datas imprecisas, senón simplemente para captar a posible mala resonancia dunha frase ao ser lida en alto, como fai ou adoita facer calquera escritor que se prece, que coida o ritmo, a cadencia, a “linealidade” das frase para que respondan a aquela harmonía interior que o escritor quere transmitir. Así nos ofreceu a “Historia del Monasterio de San Julián de Samos, que todos coñecemos e que tanto agradecemos.
Despois os camiños da vida fóronnos separando. O P. Maximino vía no espertar da lingua e da conciencia de Galicia coma un perigo para a harmonía da Comunidade, el tan amigo sempre das harmonías! Eu coidaba que asumir a nosa fala, a nosa historia, a nosa realidade toda, o mesmo que gozosamente asumiramos a magnífica tradición románica espallada por Galicia adiante, a parte de ser un derivado normal da lei da Encarnación, na que relixiosamente criamos, non tiña por que ser un elemento de ruptura, senón de maior cohesión: a unión dentro da diferencia!
Despois souben pouco do P. Maximino. Sei que seguiu traballando na súa historia de Samos, ata completala e ofrecérnola, perfeccionando a que sen tantos medios xa adiantara o seu tío, o P. Plácido Arias. Coido que foi no 1995 cando morreu. A súa vida foi un paso leve e misterioso pola nosa historia, polo noso mosteiro de Samos, pola miña vida, imitando niso o paso mesmo de Deus, que se nos dá constantemente sen impoñérsenos nunca, sixilosamente case, pasando coma quen non pasa, pero deixando o denso ronsel da súa presenza vigorosa. Grazas, P. Maximino. Parolamos xa algo coas verbas do Espírito, e algún día, non moi lonxe xa, faremos comunidade de novo, no mosteiro eterno do ceo, onde gozaremos en plenitude do que en migallas miúdas e dispersas Deus tivo a ben adiantarnos na nosa existencia. Unha aperta.

Manuel Regal Ledo

AQUEL PEQUEÑO GRAN HOMBRE!

como entre añorante y admirado, gustaba I. Ellacuría recordar a su maestro X .Zubiri.

También yo sigo experimentando a aquel pequeño gran hombre que fue el P. Maximino y dígo experimentando, que no sintiendo, porque más allá de la sensación mi experiencia lo es de una presencia no circunscrita a un momento episódico más o menos amplio que podamos tener en nuestras vidas; lo es de una presencia que, cual legado asumido e integrado en la propia personalidad, deviene presencia configuradora y, como tal, dinámica de mi yo.

De aquel pequeño gran hombre no sólo recibí clases de latín que, desde un inicial e infantil rechazo por mi parte, por innegable mérito de su buen hacer acabaron siendo para mi ocasión retadora para más tarde valorar y dedicarme con especial cuidado al estudio de dicha lengua. También y sobre todo recibí inestimables lecciones ejemplares; del ejemplo, en efecto, que no de argumentadas exposiciones, hizo el P. Maximino su cátedra.

Horas a su lado en labores de encuadernación, de biblioteca, de clasificación de documentos... Tiempo que, por razones de cronología vital, lo fue para mí de privilegiado aprendizaje. He de confesar que por estricta generosidad de su parte me sentí depositario de una inusual confianza a la que siempre procuré corresponder.

Era el P. Maximino hombre de honda y cálida acogida, poco dado a la reprensión, pero enérgico cuando la estimaba necesaria. Cum cura et studio aquel pequeño gran hombre sabía templar. Sus lecciones eran máximas mínimas que acabaron por convertirse en santo y seña que todavía hoy siguen orientando mi obrar; eran benevolentes llamadas que calladamente invitaban a la reflexión. Al igual que Sócrates, sabía que en la paideia la ironía es frustrante si no va acompañada de la dimensión mayéutica que lleva a la comprensión y valoración de los propios límites y potencialidades.

Aquel Petrus in cunctis! con que afablemente me solicitaba tanto poner freno a la impetuosidad de quien pretendía abarcar aquello para lo que no estaba preparado como a no perderme en la dispersión que acompañaba a mi tan pretencioso como irreflexivo obrar juvenil. Con harta frecuencia viene a mi recuerdo otra máxima que me repetía no pocas veces con aquel tono bajo y cadencioso que caracterizaba su voz y con el que me instaba a poner coto y medida a mis deseos de acabar cuanto antes la tarea encomendada, ya fuera en las labores de encuadernación ya en las propias de cualquier otra tarea Petre, festina lente.

Sólo quien ha sabido atemperar su hacer vital a la dinamicidad de lo real puede, como el P. Maximino, mantener la capacidad de asombro, característica tan propia de la grandeza de quienes la sencillez constituye su forma de ser. Qué bien lo expresaba en aquel estribillo de Muriendo y aprendiendo!, por él tantas veces recitado.

Gracias, P. Maximino, por tu magisterio y por tu presencia en mi vida ayudándome en la tarea de configurar mi realidad personal. En ella estás, con gratitud te lo digo,

In memoria et in spe

Pedro Miguélez del Riego

Fotografía de la Comunidad de Samos en septiembre de 1970, que el propio P. Maximino me envió en su momento. En el reverso aparece el apunte de su puño y letra.

LEMBRANZA DO P. MAXIMINO
Lembrar ao P. Maximino supón para min evocar unha etapa feliz da infancia no Mosteiro de Samos, na que el tivo unha especial relevancia. Alí, ao longo de tres anos inesquecibles, foi o meu profesor de Latín e de Historia Sagrada. Tamén un protector, consciente da miña fraxilidade e pouca idade. Axiña lle collín afecto a aquel home de contrastes tan evidentes: exiguo no talle e inmenso en bondade, sapiencia e ascendencia. Daquela relación profesor-alumno xermolaría unha fermosa e sincera amizade, que durou ata a fin dos seus días, alimentada por unha permanente comunicación epistolar.
Nos meus anos de universitario e de adulto voltei a Samos repetidas veces en estadías de varios días e sempre fun acollido pola Comunidade cun trato familiar e caloroso. O P. Maximino era o meu referente, eu buscábao e el reclamaba a miña presenza nos seus quefaceres cotiáns. Axudáballe e escoitábao relatar apaixonadamente os proxectos nos que andaba a traballar. Moitas veces lle oín lamentar a desaparición do Tumbo de Samos (perdido desde a exclaustración), que felizmente puido chegar a ver para completar a súa obra magna “Historia del Monasterio de San Julián de Samos”. No tempo bo compartiamos paseos polo claustro, pero gustabamos especialmente de irmos ata Freituxe con paradiñas intermitentes por mor da súa asma e voltar por Viladetrés. No traxecto admirabamos o románico de San Martiño e as excelencias da paisaxe que baña o Oribio. Na conversa sempre xurdía a historia do Mosteiro, a vida dos monxes, a impronta de Samos e outros múltiples temas, sempre abordados desde a súa sinxeleza e vasta erudición. Era igualmente momento propicio para que eu lle contase da miña vida e dos meus proxectos. El respondíame con certeiros consellos desde a condición de ex profesor-monxe bieito que exerce sabiamente o seu rol de amigo adulto e que sabe transmitir a súa experiencia vital.
Eu sentíao próximo, afectuoso e maxistral, apaixonado pola historia e pola arte, paradigma de monxe benedictino, devoto do seu mosteiro, un fillo de San Bieito que vivía a actualidade buscando referentes no pasado, un profesor entusiasta dono dunha voz pausada, grave, sonora e solemne.
Hoxe, a súa ausencia faise notoria en cada visita que curso ao mosteiro dos comúns afectos. Que difícil encher o baleiro que deixou!

Manuel Busto Galego.
Unha das cartas que recibín do Padre Maximino ao longo dos anos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Creo necesario ese homenaje al padre Maximino por todo el cariño que nos dio a cambio de nada...

Fidel